HOMILÍA DE APERTURA DEL 25º CAPÍTULO GENERAL
¿Quién es el más grande? ¡Esta es la pregunta que inquieta a los apóstoles en el camino a Cafarnaúm y es una pregunta que perturba a la humanidad desde tiempos antiguos! Y aún hoy... ¿Qué es lo que oímos en realidad? ¿Qué estamos leyendo? ¡Sé el más rico, sé el más bueno, el más hermoso! ¡Conviértete en famoso! Tantas invitaciones a ser "más" que otros, que vienen a corromper las relaciones humanas, ya sea en el mundo empresarial, en las familias, en nuestra Iglesia y en todos los lugares donde nos encontramos...
Querer ser el primero, el más grande, el más bueno, el más fuerte... ¡Conocemos los riesgos! Santiago nos lo dijo en la segunda lectura: codiciamos el lugar del otro, la riqueza del otro, la fuerza o la inteligencia del otro, estamos celosos de ello, queremos ser mejor que ellos y se da la guerra, el conflicto y la injusticia.
Pero, de hecho, ¿está mal querer ser el primero? Porque después de todo, los jóvenes aquí presentes podrían decir "¿cuál es el sentido de estudiar y mejorar tus habilidades? ", y lo mismo para los adultos: "¿Hay que aceptar un ascenso profesional, una responsabilidad en una asociación, un sindicato, en la parroquia, en el Instituto de las Oblatas del Corazón de Jesús?”.
Lo habrán notado sin duda: ¡Jesús no dice a sus apóstoles que es un error querer ser el más grande, querer ser el primero! Pero él dice: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos". Y para ilustrar esto, él coloca a un niño en medio de ellos, lo abraza y les dice: "El que acoge en mi nombre a un niño como éste, es a mí que me acoge”.
El niño... un hombre pequeño, una mujer pequeña, frágil y dependiente, que no se puede defender, que no puede vivir sin la presencia de un adulto a su lado, que necesita de mucho amor para crecer. Si Jesús pone a un niño en medio de los apóstoles, debemos reconocer a través de él, no sólo los niños, sino a todos aquellos que son "pequeños", los dejados a un lado, todos aquellos que no tienen los medios para llegar a los primeros puestos, que son dependientes. Querer ser el primero es aceptar ocupar este lugar, no para brillar sino para que, por medio de nosotros, el que olvidamos, que no vemos, se descubra amado, reconocido y pueda a su vez darse a sí mismo para los demás.
Y no es por casualidad que la discusión de los apóstoles, sobre cuál de ellos era el más grande, sea precedida por el anuncio de la resurrección: "El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y, tres días después de su muerte, resucitará”.
Consagradas/os en el Instituto de las Oblatas del Corazón de Jesús, su Capítulo se abre hoy. Sé que todas/os ustedes lo han preparado, en el corazón de sus comunidades esparcidas por todos los continentes y personalmente, cada una/o en oración. Durante estos días se tomarán el tiempo para intercambiar y discernir con el soplo del Espíritu Santo los caminos por los que el Señor les quiere guiar en los años venideros. Pero el horizonte de estos caminos, ya lo tienen, es el que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy: es el llamado de nuestra vida a seguirle, el del Corazón de Jesús desbordado de amor por los hombres, de aquel corazón del que brotó la abundancia y la sangre de una vida dada por amor y el agua del nuevo nacimiento en el Espíritu. Por lo tanto, es este horizonte al que ustedes tendrán que mirar durante este tiempo de intercambio, de oración y de escucha a la Palabra de Dios.
La misión particular de la vida consagrada, más allá de los carismas propios de cada congregación, de cada instituto, es precisamente vivir, en el corazón de la Iglesia y del mundo, este mandato de Jesús que vivió él primero, ofreciéndonos su corazón traspasado: “Si alguien quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. "Los consagrados, en el seguimiento y a la manera de Cristo, reciben esta gracia particular de poder ver la Iglesia y el mundo con sus ojos, el Tierno y Misericordioso, con el fin siempre de amarles y servirles cada vez mejor. ¿No es esto lo que Cristo hace en la escena de este día, cuando él pone su mirada sobre este niño, pequeño y sin duda, invisible para los adultos que lo rodean? ¿Cuál es esta mirada que la vida consagrada está llamada a poner sobre la Iglesia y el mundo?
Es la mirada de Jesús hacia su Padre celestial para reunir todo el amor necesario para vivir la misión recibida de Él: "Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos”. Es la mirada de Jesús, capaz de mirar con el corazón, lo pequeño, las semillas del Reino que viene, mira la moneda echada en la alcancía del templo por una pobre viuda: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”. Es la mirada de Jesús resplandeciente de la ternura del Padre, capaz de volver hacia él los corazones más endurecidos, así como la forma en que mira a Zaqueo, el deshonesto recaudador de impuestos: "Hoy la salvación ha entrado en esta casa, porque tú también eres hijo de Abraham”. Es la mirada de Jesús marcada por la emoción, compasiva con los sufrimientos de los hombres, así que desde esa mirada empapada de lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro: "Si tú crees, tú verás la gloria de Dios”. Es la mirada de Jesús en la cruz oscurecida por el sufrimiento y quien, sin embargo, encuentra la fuerza para volverse hacia el "buen ladrón", crucificado con él: "Hoy, ¡tú estarás conmigo en el paraíso!”.
Consagradas en el Instituto de las Oblatas del Corazón de Jesús, ustedes viven en comunidad en el corazón de los barrios, de las ciudades. Algunas de ustedes están comprometidas desde una profesión, en organizaciones, asociaciones, al servicio de los niños, los jóvenes, los que sufren, en la animación de comunidades cristianas... En todos estos lugares ustedes ponen la mirada amorosa de Jesús sobre aquellas y aquellos con quienes comparten su vida cotidiana poniéndose a su servicio, para que puedan hacer crecer su vocación de hijos de Dios. Que este Capítulo les permita siempre poner la mirada de Jesús sobre los hermanos y hermanas a los que sirve en todos los lugares de su misión.
Y esta misión que es la de ustedes, a la que están llamadas/os a vivirla, no en el lugar de otros bautizados, sino para recordar a todos ellos su vocación particular, a dejarse tocar por la mirada de ternura del Hijo de Dios y llevarla sobre el mundo, con el fin de testimoniar y anunciar que en Cristo está la fuente de la salvación. Entonces, en esta Eucaristía, damos gracias por el don de la vida consagrada a la Iglesia y al mundo. Confiamos al Señor su Capítulo, por todo eso que ha sido sembrado y cosechado después del último Capítulo. Y todos nosotros, hermanos y hermanas, conscientes de la importancia del don de la vida consagrada para nuestro mundo y nuestra Iglesia, no tengamos miedo de proponerla como un camino de felicidad. Sostengamos fraternalmente la vida consagrada y oremos por ella.
† Laurent PERCEROU
Obispo de Moulins